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El beso, Augusto Rodin

Shelley, Wilde, Dario. Tres poetas…

Percy B. Shelley, Oscar Wilde, Rubén Dario Tres poetas, tres maestros.

Fragmentos:

A una alondra

¡Sé bienvenido, jubiloso espíritu!No fuiste nunca un pájaro,

 

tú, que desde los cielos o cerca de sus lindes,

el corazón derramas

en profusos acentos, con arte no pensado.

Alta, siempre más alta,

de la tierra te lanzas

como nube de fuego;

por el azul revuelas

y cantando, te ciernes y, cerniéndote, cantas.

                                                                            P.B. Shelley.

La Esfinge

A Marcel Schowb, en testimonio amistad y de admiración.

Desde un ángulo oscuro de mi estancia, durante más tiempo del que puedo imaginarme, una Esfinge bella y silenciosa me acecha a través de las tinieblas ondulantes. Intangible y quieta, no se alza ni hace el menor movimiento. Poco le importan las lunas de plata y los soles remolinantes. En el aire el rojo sustituye al gris; las oleadas de luna descienden, pero cuando llega el alba, ella no se va y cuando vuelve la noche, sigue ahí.
La aurora sigue a la aurora y las noches declinan, y durante todo ese tiempo esta extraña gata permanece extendida sobre el tapiz chino, con sus ojos de raso fijos en la orla de cero. Permanece acostada sobre el tapiz, espiando oblicuamente, y sobre su pecho color roble ondea su piel suave y sedosa, con estremecimientos que llegan a veces hasta sus orejas puntiagudas. Acércate ya, mi hermoso senescal, que dormitas en tu postura estatuaria. Acércate ya, ser de una extravagancia exquisita, mitad mujer, mitad animal.
Acércate, encantadora y lánguida Esfinge mía, ven a colocar tu cabeza sobre mi rodilla y déjame pasar una mano acariciadora por tu pecho y examinar tu cuerpo moteado como el de un lince. Déjame tocar esas garras ganchudas, amarillo pálido, y coger a manos llenas esa cola que, semejante a una monstruosa serpiente, se enrolla alrededor de tus patas aterciopeladas. Un millar de siglos lentos te pertenecen, cuando yo, en cambio, he visto apenas veinte estíos despojarse de su verde librea para vestir la librea abigarrada del otoño.
Pero tú sabes leer los jeroglíficos en los grandes obeliscos de granito, has conversado con los basiliscos y has mirado frente a frente a los hipogrifos. ¡Oh! Dime, ¿estabas tú presente cuando Isis se arrodillaba delante de Osiris, y viste a la Egipcia cuando hacía disolver la perla para Antonio y bebía aquel vino embriagado todo de la joya, e inclinaba la cabeza con un terror fingido para ver al colosal procónsul sacar de la espuma el atún salado?

                                                                                                      O. Wilde.

En busca de cuadros

   Sin pinceles, sin paleta, sin papel, sin lápiz, Ricardo, poeta lírico incorregible, huyendo de las agitaciones y turbulencias, de las máquinas y de los fardos, del ruido monótono de los tranvías y del chocar de las herraduras de los caballos con su repiqueteo de caracoles sobre las piedras; de las carreras de los corredores frente a la Bolsa; del tropel de los comerciantes; del grito de los vendedores de diarios; del incesante bullicio e inacabable hervor de este puerto; en busca de impresiones y de cuadros, subió al cerro Alegre que, gallardo como una gran roca florecida, luce sus flancos verdes, sus montículos coronados de casas risueñas escalonadas en la altura, rodeadas de jardines, con ondeantes cortinas de enredaderas, jaulas de pájaros, jarras de flores, rejas vistosas y niños rubios de caras angélicas.
Abajo estaban las techumbres del Valparaíso que hace transacciones, que anda a pie como una ráfaga, que puebla los almacenes e invade los bancos, que viste por la mañana terno crema o plomizo, a cuadros, con sombrero de paño, y por la noche bulle en la calle del Cabo con lustroso sombrero de copa, abrigo al brazo y guantes amarillos, viendo a la luz que brota de las vidrieras, los lindos rostros de las mujeres que pasan.
Más allá, el mar, acerado, brumoso, los barcos en grupos, el horizonte azul y lejano. Arriba, entre opacidades, el sol. Donde estaba el soñador empedernido, casi en lo más alto del cerro, apenas si se sentían los estremecimientos de abajo. Erraba él a lo largo del Camino de Cintura e iba pensando en idilios, con toda la augusta desfachatez de un poeta que fuera millonario.

                                                                                                                           R. Dario.

Solar blast.

Kite

 

 

Zinaida Serebriakova

 

 

 

Cosmología: el libro del Génesis, según la ciencia

Más allá de toda religión, la cosmología moderna es la única disciplina científica capaz de revelarnos el origen y destino de nuestro universo. Según esta ciencia, todo se originó  con la gran explosión (también llamada Big Bang) y podría terminar en un gran colapso. ¿Cuál es la edad del universo? ¿Qué ha pasado durante ese tiempo? ¿Qué ocurre hoy en el espacio? ¿Es el universo infinito? ¿De qué está  hecho? ¿Qué nos depara el futuro? La cosmología nos da las respuestas, pero, como una buena novela, abre siempre nuevos misterios.

Una de las piezas fundamentales de la cosmología moderna es la relatividad general de Einstein. La relatividad general explica la gravedad como el efecto de la deformación del espacio debida a la presencia de masa o energía. Imaginando el espacio como una gran sábana, todos los cuerpos celestes localizados sobre ésta provocan un hundimiento que atrae a cualquier cuerpo que pasa por sus cercanías.

Sorprendentemente, semejante descripción es válida también para la energía, incluyendo la luz. Gracias a la precisión de esta teoría, podemos usar dispositivos GPS y teléfonos celulares.

Basada en la relatividad general, la cosmología propuso un modelo que explica la  forma, composición e historia de nuestro universo, el modelo de la gran explosión.

Hace aproximadamente 14 mil millones de años, el espacio que conocemos era del tamaño de una manzana, tenía la inimaginable temperatura de 10^31 (¡un 1 seguido de 31 ceros!) grados Celsius y contenía toda la materia y energía del universo. La gigantesca presión de este minúsculo cosmos incandescente provocó la gran explosión.

Técnicamente, la gran explosión es una violenta expansión del universo y su consecuente veloz enfriamiento. Contrario a una explosión en nuestro planeta, lo que se expandió no fue una nube de materia hacia el espacio vacío, sino el espacio mismo. Tras una ínfima fracción de segundo, la expansión entró en una etapa conocida como inflación en la que el universo creció a un ritmo exponencialmente creciente.

Hacia el final de inflación, el espacio estaba uniformemente relleno de una sopa hirviente compuesta de luz y la materia nuclear fundamental, quarks y gluones.

A esas temperaturas tempranas, los diminutos habitantes del universo chocaban, produciendo luz y más partículas. La luz se transformaba en partículas, y éstas en luz. Materia y antimateria aparecían y desaparecían en iguales cantidades. La temperatura bajaba poco a poco. Repentinamente, cuando la temperatura reinante era de poco más de 10 mil billones de grados, la materia rebasó a la antimateria por una mínima cantidad. Ese fue el momento justo en que se gestó la forma del universo que conocemos. Una billonésima de segundo después de la gran explosión, la partícula de Higgs (por algunos conocida como la partícula de Dios) entró en escena, liberando una enorme energía que proveyó de masa a todo. Los quarks comenzaban a asociarse para formar protones y neutrones con más energía que los de cualquier explosión nuclear experimentada por el humano.

Tras un segundo, lo único que quedaba en el espacio ya inmesurable eran protones, neutrones, electrones y luz. Algunos minutos más tarde, cuando la temperatura era de mil millones de grados, se formaron los núcleos de Helio que cerca de 400 milenios más tarde formarían los átomos de Helio que darían vida a las estrellas 100 millones de años después. La poca luz que quedó en el universo sería la radiación de fondo que hoy nos cuenta esta historia a través de las observaciones del satélite COBE y del telescopio WMAP. Las regiones ligeramente más densas comenzaron a formar nubes que serían lo que hoy llamamos galaxias.

Después de esta época, el modelo de la gran explosión explica detalladamente cómo se formaron las estrellas y galaxias. Además, nos da la radiografía del lugar en el que vivimos hoy. Actualmente, sólo casi 5% del universo está compuesto del mismo material que nuestro planeta; el resto es una combinación de materia y energía oscuras, cuyo origen es aún desconocido. Debido a la abundancia de energía oscura, el universo sigue creciendo, y crece cada vez más rápido. La temperatura del universo está muy cerca del cero absoluto (aprox. -270 grados Celsius), y sigue descendiendo. De continuar este comportamiento, se especula que el universo camina hacia dos posibles desenlaces: la muerte térmica o el gran colapso.

Con los datos disponibles, la muerte térmica es el destino más probable del universo. La expansión acelerada indica que las estructuras estelares no podrán mantenerse por siempre. Las galaxias se convertirán en nubes de polvo cada vez menos densas. Los átomos se desintegrarán, y, si el protón no es estable, incluso los átomos serán destruidos. Sólo quedará un lugar enorme, vacío, frío y oscuro. Sin embargo, otra posibilidad es que la energía y materia oscuras estén en realidad relacionadas, y que en algún instante el dominio de la energía oscura ceda su lugar a la materia oscura. Según la idea del gran colapso, el dominio de la materia obligará al universo a detener su expansión y a contraerse de forma acelerada. Las galaxias formarán macrosistemas, en los que la temperatura se elevará cada vez más en un espacio cada vez menor, y la historia del universo se revertirá.

Lo cierto es que en los inicios del universo, hasta poco después del periodo de inflación, hay muchas cosas cuya explicación aún no es del todo satisfactoria. Nadie entiende completamente los fenómenos que ocurren a las colosales temperaturas del universo temprano, ni si la física de partículas y la termodinámica conocidas son las mismas bajo esas condiciones. Quizá existen más dimensiones en nuestro universo en las que, en lugar de partículas, son cuerdas vibrantes las que interactúan y controlan la evolución del universo. Tal vez la energía y materia oscuras son sólo producto de otras partículas desconocidas, o de nuestro limitado conocimiento del alcance de la gravedad. Posiblemente, el sutil dominio de materia sobre antimateria tiene su raiz en eventos universales insospechados. Usando todas las herramientas científicas conocidas, la cosmología construye una ruta plausible de la evolución de nuestro universo. Como la antropología, busca en los fósiles estelares vestigios de un tiempo lejano que, de alguna forma, contienen nuestro presente y futuro. Pero, como en la antropología también, hay siempre algunos eslabones perdidos que los cosmólogos siguen buscando para responder todas nuestras preguntas.

Por: Saúl Ramos Sánchez. *Investigador del Instituto de Física, UNAM

Fuente:  La Jornada en la ciencia.


El sueño, de Gustave Courbet.

 

«Domingo 16», Dibujo

El Universo, Belleza al cuadrado.

Les dejo estos videos en dónde Naturaleza y conocimiento son belleza,  belleza al cuadrado.

La Creación, Poema Indio. Gustavo Adolfo Bécquer.

 

LA CREACION

POEMA INDIO

I

Los aéreos picos del Himalaya se coronan de nieblas oscuras en cuyo seno hierve el rayo, y sobre las llanuras que se extienden a sus pies flotan nubes de ópalo que derraman sobre las flores un rocío de perlas.

Sobre la onda pura del Ganges se mece la simbólica flor del loto, y en la ribera aguarda su víctima el cocodrilo, verde como las hojas de las plantas acuáticas que lo esconden a los ojos del viajero.

En las selvas del Indostán hay árboles gigantescos, cuyas ramas ofrecen un pabellón al cansado peregrino, y otros cuya sombra letal lo llevan desde el sueño a la muerte.

El amor es un caos de luz y de tinieblas; la mujer, una amalgama de perjurios y ternura; el hombre, un abismo de grandeza y pequeñez; la vida, en fin, puede compararse a una larga cadena con eslabones de hierro y de oro.

II

El mundo es un absurdo animado que rueda en el vacío para asombro de sus habitantes.

No busquéis su explicación en los Vedas, testimonios de las locuras de nuestros mayores, ni en los Puranas, donde, vestidos con las deslumbradoras galas de la poesía, se acumulan disparates sobre disparates acerca de su origen.

Oíd la historia de la creación tal como fue revelada a un piadoso brahmín, después de pasar tres meses en ayunas, inmóvil en la contemplación de sí mismo y con los índices levantados hacia el firmamento.

III

Brahma es el punto de la circunferencia: de él parte y a él converge todo. No tuvo principio ni tendrá fin.

Cuando no existían ni el espacio ni el tiempo, Maya flotaba a su alrededor como una niebla confusa pues, absorto en la contemplación de sí mismo, aún no la había fecundado con sus deseos.

Como todo cansa, Brahma se cansó de contemplarse, y levantó los ojos en una de sus cuatro caras y se encontró consigo mismo, y abrió airado los de otra y tornó a verse, porque él lo ocupaba todo, y todo era él.

La mujer hermosa, cuando pule el acero y contempla su imagen, se deleita en sí misma: pero al cabo busca otros ojos donde fijar los suyos, y si no los encuentra, se aburre.

Brahma no es vano como la mujer, porque es perfecto. Figuraos si se aburriría de hallarse solo, solo en medio de la eternidad y con cuatro pares de ojos para verse.

IV

Brahma deseó por primera vez y su deseo, fecundando la creadora Maya que lo envolvía, hizo brotar de su seno millones de puntos de luz, semejantes a esos átomos microscópicos y encendidos que nadan en el rayo del sol que penetra por entre la copa de los árboles.

Aquel polvo de oro llenó el vacío, y al agitarse produjo miríadas de seres, destinados a entonar himnos de gloria a su creador.

Los gandharvas, o cantores celestes, con sus rostros hermosísimos, sus alas de mil colores, sus carcajadas sonoras y sus juegos infantiles, arrancaron a Brahma la primera sonrisa, y de ella brotó el Edén. El Edén con sus ocho círculos, las tortugas y los elefantes que los sostienen, y su santuario en la cúspide.

V

Los chiquillos fueron siempre chiquillos: bulliciosos, traviesos e incorregibles, comienzan por hacer gracia; una hora después aturden y concluyen por fastidiar. Una cosa muy parecida debió de acontecerle a Brahma cuando, apeándose del gigantesco cisne que como un corcel de nieve lo paseaba por el cielo, dejó aquella turbamulta de gandharvas en los círculos inferiores y se retiró al fondo de su santuario.

Allí donde no llega ni un eco perdido, ni se percibe el rumor más leve, donde reina el augusto silencio de la soledad y su profunda calma convida a las meditaciones, Brahma, buscando una distracción con que matar su eterno fastidio, después de cerrar la puerta con dos vueltas de llave, entregóse a la alquimia.

VI

Los sabios de la tierra, que pasan su vida encorvados sobre antiguos pergaminos, que se rodean de mil objetos misteriosos y conocen las extrañas propiedades de las piedras preciosas, los metales y las palabras cabalísticas, hacen, por medio de esta ciencia, transformaciones increíbles. El carbón lo convierten en diamante, la arcilla en oro; descomponen el agua y el aire, analizan la llama y arrancan al fuego el secreto de la vitalidad y la luz.

Si todo esto consigue un mortal miserable con el reflejo de su saber, figuraos por un instante lo que haría Brahma, que es el principio de toda ciencia. De un golpe creó los cuatro elementos y creó también a sus guardianes: Agnis, que es el espíritu de las llamas; Vajous, que aúlla montado en el huracán; Varunas, que se revuelve en los abismos del océano, y Prithivi, que conoce todas las cavernas subterráneas de los mundos y vive en el seno de la creación.

Después encerró en redomas transparentes y de una materia nunca vista gérmenes de cosas inmateriales e intangibles, pasiones, deseos, facultades, virtudes, principios de dolor y de gozo, de muerte y de vida, de bien y de mal. Y todo lo subdividió en especies y lo clasificó con diligencia exquisita, poniéndole un rótulo escrito a cada una de las redomas.

VIII

La turba de rapaces, que ensordecía en tanto con sus voces y sus ruidosos juegos los círculos inferiores del Paraíso, echó de ver la falta de su señor. «¿Dónde estará?», exclamaban los unos. «¿Qué hará?», decían entre sí los otros; y no eran parte a disminuir el afán de los curiosos las columnas de negro humo que veían salir en espirales inmensas del laboratorio de Brahma, ni los globos de fuego que desde el mismo punto se lanzaban volteando al vacío, y allí giraban como en una ronda luminosa y magnífica.

La imaginación de los muchachos es un corcel y la curiosidad, la espuela que lo aguijonea y lo arrastra a través de los proyectos más imposibles. Movidos por ella, los microscópicos cantores comenzaron a trepar por las piernas de los elefantes que sustentan los círculos del cielo, y de uno en otro se encaramaron hasta el misterioso recinto donde Brahma permanecía aún absorto en sus especulaciones científicas. Una vez en la cúspide, los más atrevidos se agruparon alrededor de la puerta, y uno por el ojo de la llave y otros por entre las rendijas y claros de los mal unidos tableros, penetraron con la mirada en el inmenso laboratorio objeto de su curiosidad.

El espectáculo que se ofreció a sus ojos no pudo menos de sorprenderles.

Allí había diseminadas, sin orden ni concierto, vasijas y redomas colosales de todas hechuras y colores. Esqueletos de mundos, embriones de astros y fragmentos de lunas yacían confundidos con hombres a medio modelar, proyectos de animales monstruosos sin concluir, pergaminos oscuros, libros en folio e instrumentos extraños. Las paredes estaban llenas de figuras geométricas, signos cabalísticos y fórmulas mágicas, y en medio del aposento, en una gigantesca marmita colocada sobre una lumbre inextinguible, hervían con un ruido sordo mil y mil ingredientes sin nombre, de cuya sabia combinación habían de resultar las creaciones perfectas.

XI

Brahma, a quien apenas bastaban sus ocho brazos y sus dieciséis manos para tapar y destapar vasijas, agitar líquidos y remover mixturas, tomaba algunas veces un gran canuto, a manera de cerbatana, y así como los chiquillos hacen pompas de jabón valiéndose de las cañas del trigo seco, lo sumergía en el licor, se inclinaba después sobre los abismos del cielo y soplando en la una punta, aparecía en la otra un globo candente que, al lanzarse, comenzaba a girar sobre sí mismo y al compás de los otros que ya flotaban en el espacio.

XII

Inclinado sobre el abismo sin fondo, el creador les seguía con una mirada satisfecha, y aquellos mundos luminosos y perfectos, poblados de seres felices y hermosísimos sobre toda ponderación, que son esos astros que, semejantes a los soles, vemos aún en las noches serenas, entonaban un himno de alegría a su dios, girando sobre sus ejes de diamante y oro con una cadencia majestuosa y solemne.

Los pequeñuelos gandharvas, sin atreverse ni aun a respirar, se miraban espantados entre sí, llenos de estupor y miedo ante aquel espectáculo grandioso.

XIII

Cansóse Brahma de hacer experimentos y, abandonando el laboratorio no sin haberle echado, al salir, la llave, y guardándola en el bolsillo, tornó a montar sobre su cisne con objeto de tomar el aire. Pero, ¡cuál no sería su preocupación cuando él, que todo lo ve y todo lo sabe, no advirtió que, abstraído en sus ideas, había echado la llave en falso! No le pasó lo mismo a la inquieta turba de rapaces que advirtiendo el descuido, le siguieron a larga distancia con la vista y, cuando se creyeron solos, uno empuja poquito a poco la puerta, éste asoma la cabeza, aquél adelanta un pie, acabaron por invadir el laboratorio, tardando muy poco en encontrarse en él como en su casa.

XIV

Pintar la escena que entonces se verificó en aquel recinto sería imposible.

Primeramente examinaron todos los objetos con el mayor asombro; luego se atrevieron a tocarlos, y al fin terminaron por no dejar títere con cabeza. Echaron pergaminos en la lumbre para que sirvieran de pasto a las llamas; destaparon las redomas, no sin quebrar algunas; removieron las vasijas, derramando su contenido, y después de oler, probar y revolverlo todo, los unos se colgaron de los soles y estrellas aún no concluidos y pendientes de las bóvedas para secarse; los otros se subían por las osamentas de los gigantescos animales cuyas formas no habían agradado al señor. Y arrancaron las hojas de los libros para hacer mitras de papel, y se colocaron los compases entre las piernas a guisa de caballo, y rompieron las varas de virtudes misteriosas, alanceándose con ellas.

Por último, cansados de enredar, decidieron hacer un mundo tal y como lo habían visto hacer.

XV

Aquí comenzó el gran bullicio, la confusión y las carcajadas. La marmita estaba candente. Llegó el uno, vertió un líquido en ella y se levantó una columna de humo. Luego vino otro, arrojó sobre aquel un elixir misterioso que contenía una redoma, con la que llegó casi sin aliento hasta el borde del receptáculo: tan grande era la vasija y tan rapazuelo su conductor. A cada nuevo ingrediente que arrojaban en la marmita se elevaban de su fondo llamaradas azules y rojas, que saludaba la alegre muchedumbre con gritos de júbilo y risotadas interminables.

XVI

Allí mezclaron y confundieron todos los elementos del bien y del mal, el dolor y la alegría, la fealdad y la hermosura, la abnegación y el egoísmo, los gérmenes del hielo destinados a mundos hechos de manera que el frío causase una fruición deleitosa en sus habitadores y los del calor compuestos para globos cuyos seres se habían de gozar en las llamas, y revolvieron los principios de la divinidad, el espíritu con la grosera materia, la arcilla y el fango, confundiendo en un mismo brebaje la impotencia y los deseos, la grandeza y la pequeñez la vida y la muerte.

Aquellos elementos tan contrarios rabiaban al verse juntos en el fondo de la marmita

XVII

Hecha la operación, uno de ellos se arrancó una pluma de las alas, le cortó las barbas con los dientes y, mojando lo restante en el líquido, fue a inclinarse sobre el abismo sin fondo, y sopló, y apareció un mundo. Un mundo deforme, raquítico, oscuro, aplastado por los polos, que volteaba de medio ganchete, con montañas de nieve y arenales encendidos, con fuego en las entrañas y océanos en la superficie, con una humanidad frágil y presuntuosa, con aspiraciones de dios y flaquezas de barro. El principio de muerte, destruyendo cuanto existe, y el principio de vida, con conatos de eternidad, reconstruyéndolo con sus mismos despojos: un mundo disparatado, absurdo, inconcebible, nuestro mundo en fin.

Los chiquillos que lo habían formado, al mirarle rodar en el vacío de un modo tan grotesco, le saludaron con una inmensa carcajada, que resonó en los ocho círculos del Edén.

XVIII

Brahma, al escuchar aquel ruido, volvió en sí y vio cuanto pasaba, y lo comprendió todo. La indignación llameó en sus pupilas. Su airado acento atronó el cielo y amedrentó a la turba de muchachos, que huyó sobrecogida y dispersa a puntapiés; y ya tenía levantada la mano sobre aquella deforme creación para destruirla, ya el solo amago había producido en ella esa gran catástrofe que aún recordamos con el nombre del Diluvio, cuando uno de los garzdharvas, el más travieso, pero el más mono, se arrojó a sus plantas, diciendo entre sollozos:

-¡Señor, señor, no nos rompas nuestro juguete!

XIX

Brahma es grave, porque es dios y, sin embargo, tuvo que hacer un grande esfuerzo al oír estas palabras para no dejar reventar la risa que le retozaba en los ojos. Al cabo, reponiéndose, exclamó:

-¡Id, turba desalmada e incorregible! Marchaos donde no os vea más con vuestra deforme criatura. Ese mundo no debe, no puede existir, porque en él hasta los átomos pelean con los átomos; pero marchad, os repito. Mi esperanza es que en poder vuestro no durará mucho.

Dijo Brahma, y los chiquillos, dándose empellones y riéndose descompensadamente y arrojando gritos descomunales, se lanzaron en pos de nuestro globo, y éste le da por aquí, el otro le hurga por allá… Desde entonces ruedan con él por el cielo para asombro de los otros mundos y desesperación de sus habitantes.

Por fortuna nuestra, Brahma lo dijo y sucederá así. Nada hay más delicado ni más temible que las manos de los chiquillos; en ellas, el juguete no puede durar mucho.

El Contemporáneo

6 de junio, 1861 [A]